martes, 1 de marzo de 2011

Callar

Después de tanto escribir y borrar en el msn he adquirido práctica; Un par de veces me llegó a pasar que daba enter en lugar de delete. Eso me trajo más de un problema, y una que otra situación divertida. Un novio, de hecho, que todavía recuerdo. Pero sí, más problemas que diversiones. Me pregunto qué sería de mi vida si no tuviera ese filtro entre la lengua y los dientes, qué pasaría si dijera todo lo que pasa por mi mente. Llegué a la conclusión de que no quería saber, al final dije lo que dije porque quise y callé lo que creí apropiado callar, y nadie ni nada ha influido nunca en esa desición. Mis comentarios pueden ser hirientes para muchos, pero sólo cuando no es mi intención. Nunca he sido capaz de herir a alguien a propósito, ni cuando he querido ni cuando he debido; Simplemente no se me dá. Me gusta pensar que vale la pena callar, después de todo es lo que he venido haciendo todos estos años. He callado tal vez demasiadas cosas, más de las que me hubiera gustado. He borrado también cosas que no debí borrar, y hoy alguien me hizo preguntarme si, escribir y luego borrar es sinónimo de callar. No lo sé, honestamente no lo quiero saber.

Mi vida gira en torno a marcas, huellas del tiempo, siempre ha sido así, desde que comencé a tener esa obsesión con la trascendencia. Llegué a pensar que lo único bueno, lo único valioso, era aquello que era permanente. Y pensé en tatuarme varias veces, una libélula, a veces todavía lo pienso. La cosa es que a veces me da miedo, la misma trascendencia que me obsesiona, hay cosas que me hacen preguntarme si todo aquello que es creado es digno de guardarse, aún cuando en el momento se siente bien, se siente correcto conservar ciertas cosas, ciertas marcas. A pesar de lo que algunos piensan, la verdad es que sí tengo tatuajes en mi cuerpo, tatuajes de esos que no se presumen sino que se guardan, se ocultan, dan vergüenza. Y sí, cuando los hice, pensé que estaban bien, pensé que era lo correcto, que siempre serían parte de lo que yo soy, que siempre sería lo que fui. Y estaba equivocada, demasiado equivocada. No me di cuenta de que hay marcas que no se dejan en la piel sino en el alma. Son las marcas del alma, y no las de la piel, las que me muero por borrar. Pero hay cosas que no pueden borrarse, no son como escritos, como fotos, sino tatuajes permanentes. Pero, ¿cómo saber? Qué debe conservarse y qué no, qué debe ser permanente y qué no. La verdad es que no lo sé. No creo que exista forma de saberlo. Por ahora me conformo con creer que nada debe ser permanente, hasta que el pasar de los años lo haga evidente. Pero hay cosas que no deben ser recordadas. Existen cicatrices que duelen más que la herida misma.

1 comentario:

TeReSa dijo...

Somos unas suerte de lienzo de nuestras propias acciones, omisiones y sentimientos. Nuestro rostro principalmente refleja las cicatrices de todo aquello por lo que hemos pasado.

(Y no, no es un anuncion de crema para la cara)

Saludooos.