martes, 27 de diciembre de 2011

Bye bye beautiful

Era ya tarde, de noche, de esas tantas noches que pasé sin dormir por el puro gusto de hacerlo. Tenía la luz apagada y un cigarro encendido. Estaba platicando con un amigo en el msn, esperaba a que acabara un trabajo, le hacía compañía. Se llamaba Ernesto, y fue uno de los primeros compañeros de noches sin dormir que tuve. Habré tenido unos catorce años, vivía en San Pedro, en la casita blanca en la montaña. Me estaba quedando dormida y ese era mi último cigarro. Me mandó una canción que hababa de sueños, en catalán, somiatruites. Duraba seis minutos enteros y yo a penas soporté ese tiempo antes de quedarme dormida. Usaba tenis rojos o botas tipo choper y mi fleco era verde. Vestía sólo de negro, y de ese mismo color pintaba mis uñas y mis ojos. Si hoy hay quien dice que soy degada, en esos tiempos usaba jeans talla 2. Mi nick en internet era Danka y decía que mi nombre real era Diana. No toleraba nada rosa y mucho menos sonriente. Mi mundo se limitaba a grises y negros y vivía a base de donas de chocolate, cerveza, cigarros y café. Mi vida a penas comenzaba y yo ansiaba ver ya su final. Era una niña, pero no toleraba escucharlo y menos que se me tratara como tal. Curioso que a pesar de no querer un día siguiente, me daba por imaginar que un día sería famosa. Como escritora, como pianista o guitarrista o cantante, como pintora; no me importaba cómo. Soñaba con pararme en un escenario un día, dejar de cantar un momento y escuchar que la mitad del mundo conocía una canción que yo había escrito. Escucharlos cantarla. Nunca aprendí a cantar, me rendí con la guitarra y nunca toqué un piano ni con la punta del dedo meñique. Mi guitarra, mi Nanilka, aún hoy sigue almacenando polvo en un rincón de mi closset. Aún canto cuando nadie me escucha, mis uñas están pintadas de rosa y mi cabello conserva su color natural. Me maquillo sólo en situaciones especiales y mis jeans son talla cinco. Me da por pensar que esa adolescente rebelde murió el día que en la zapatería de Coyoacán se quedaron sin panam rojos y yo tuve que comprarme unos morados. Dejé de fumar, aprendí a comer sano y no me arrepiento. Si hay algo que nunca hubiera esperado ser, es precisamente diseñadora. Curiosos giros que da la vida. Es por eso que hoy, escuchando aquella misma canción, me da por preguntarme qué fue de mi, de Danka, de Diana, de la niña medio dark, medio gótica que escuchaba nightwish y no toleraba que se le viera a los ojos. El año se me acaba y a mi me ataca la curiosidad; ¿Qué irá a ser de mi en un par de años? ¿Qué dirá Sofía de treinta años a cerca de esta niña que quiere creerse adulta?

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