miércoles, 8 de febrero de 2012

Cindirella

Ayer en la mañana me desperté igual que todas las mañanas. Abrí la puerta de mi cuarto y me dirigí al baño cuando creí escucharte, quejándote como te quejabas cuando te despertaba en las mañanas, y pensé "¿cómo es eso posible, si tú ya no estás?". Tardé demasiado en darme cuenta de que el sonido era el de la puerta del cuarto de al lado abriéndose; nada tenía que ver contigo. Y es que te tenía tan segura a mi lado que nunca pensé que fuera verdad que un día te ibas a ir. Eras tan parte de mi vida que me cuesta creer que ya no estás aquí. El otro día soñé contigo, soñé que le pedía a un ángel que bajara por tí y te llevara al cielo. Esa noche desperté casi llorando, sintiendo como si, esta vez definitivamente, te hubieras ido. Y me sentí tan sola en mi cuarto, te sentí como un manco siente un miembro fantasma. Es fácil decir que debe recordarse sólo lo bonito, que todo pasa y como todo esto pasará. Pero no puedo evitar saludarte en la mañana, como todos los días por quince años, ni referirme a Cleo en plural  cuando la llamo para comer ni voltear pensando que eres tú cada que veo algo echado en el piso o sentir ese impulso de abrirte la puerta para que vayas al patio cuando me levanto tarde. Y es que cambiar mis costumbres sería dejarte ir y no quiero. No quiero que te vayas, no quiero nunca perderte para siempre.

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