jueves, 3 de mayo de 2012

Same old fears



Las calles de la ciudad de México con su parche-bache-parche-parche-bache. Y esos semáforos que después de medianoche parpadean en amarillo-apagado-amarillo-apagado. Apagado. Y ese olorcito tan particular de las noches al sur de mi ciudad que me hace recordar aquellas noches oscuras en que me desvelaba con alcohol, tabaco y J. Sabina, yo solita en mi habitación, con la ventana abierta y el canto de los grillos. Algún compañero de mis noches sin dormir, que me iguale en intelecto,  que tenga la capacidad de retarme. Cómo ha pasado el tiempo, qué poco y qué lejos se vé. No puedo evitar la nostalgia, no solamente por las noches sino por las épocas. Entonces todo era tan sencillo: No hay más de lo que ves. Me pregunto si a un maestro se le permite tener miedo. Me pregunto cómo se supone que debo comportarme si ni siquiera sé qué o quién soy exactamente. En teoría, debería ser fácil. Diseñadora, fotógrafa, pintora, Master-Reiki, Deeksha giver, cabalista. Mujer, joven, estudiante del sur del Distrito Federal. Qué fácil era todo. Qué extraño cuando alguien llega y de la nada te dice que no eres nada de lo que creías ser, y no sólo eso, sino que le crees, y te quedas con la misma cara de WTF que al principio. Tal vez una peor. Qué curioso que después de tantos años de buscar la muerte, viene a resultar que le temo, más ahora que sé cómo se ve de cerca. Me jactaba de no conocer mis miedos, al grado de pensar que tal vez no tenía ninguno. Veía a los humanos por encima del hombro y por ello estaba orgullosa. Fumaba pensando que moriría joven, tomaba porque esta realidad se me antojaba mal encuadrada. Buscaba realidades nuevas porque esta me parece aburrida. Muy cuadrada, lenta, dura, ilógica. Y moría de a poquitos pensando que eso era la vida. Qué equivocada estaba. Cómo extraño aquellos días.

No, no diré que no soy feliz. No maldeciré tampoco a la píldora roja ni me lamentaré de mi situación. Me gusta, no estaría mejor en otro lado, sé haber tomado las decisiones correctas. Pero eso no resuelve nada, y sigo caminando por inercia, por esa vocesita en mi oido izquierdo que me recuerda que el camino está, y siempre ha estado, bajo mis pies. A veces me pregunto si es que el camino anda en círculos, pues recuerdo haber estado aquí antes. Exactamente en este punto en el que no sé dónde estoy. Haciendo memoria, tal vez nunca lo he sabido. Pero aún así me siento y respiro hondo, todo a mi alrededor parece indicar que estoy a salvo. Estoy a salvo, lo sé. Luego entonces, ¿A qué le temo? ¿Es que a caso siempre hay algo qué temer? No hay nada que me haga falta, nada que me sobre, nada que me dañe y aún así, temo. Temo morir sin estar cien porciento segura de que todos a quienes amo saben que los amo. Temo morir siendo una estrella joven que aún no ha alcanzado brillar. Temo morir, no por morir en sí, si no que temo morir sin antes haber vivido. Es por eso que pesa tanto la arena del reloj que cae sobre mis hombros. No soy tan joven como quisiera y no hay quien parezca entenderlo. Entender que no he hecho la mitad de las cosas que los niños de mi edad hicieron en su tiempo, que no tengo historias qué contar de cuando era joven, que me siento atrapada en un semáforo en rojo que no parece tener ganas de ponerse en verde. Yo sé, y sé bien, que no hay nada qué temer. Y luego entonces, ¿A qué le temo?. A convertirme en el hombre del traje gris. A volverme una esclava más del tiempo, vivir para trabajar y morir trabajando. A ver mis granitos de arena pasar frente al reloj de la oficina. A morir sin antes haber vivido, a no poder vivir porque tengo que levantarme temprano al otro día, por que no puedo faltar un día a la escuela. Pero ahí voy de nuevo como el hombre que camina a la horca resignado, a atarme de nuevo al tiempo para poder añadir una etiquetita más a la lista, un papel que avale que soy digna de pertenecer a la sociedad, que tengo valor como persona.

Diseñadora, fotógrafa, pintora, Master-Reiki, Deeksha giver, cabalista, Lic. Arquitecta.

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