viernes, 16 de noviembre de 2012

El mismo traje gris

Dejar de pensarlo es como dejar de fumar; Lo haces una vez más creyendo que uno más no hace la diferencia. Pero así es y  uno simplemente no puede evitarlo. Hace años que es y seguirá siendo el epicentro de mis terremotos internos, esta simple idea que me mantiene alerta, como café. Estos días fríos me recuerdan a todos los días fríos pasados, sólo por el placer que da la melancolía y el olor del chocolate, y no porque aquellos días tuvieran algo de especial. La luz dorada de la tarde es la misma de cada año, es una pena que no haya tenido aún el tiempo para perderlo, y tumbarme al sol como lagartija, con un cigarro en la mano. Oscurece y yo me doy cuenta demasiado tarde, demasiado ocupada para ponerle atención, justo como un hombre cualquiera de traje gris. Un traje gris justo como cualquier otro. Encendí por primera vez desde la mudanza un cigarro en mi recámara, por mero instinto lo acomodé en la orilla del restirador mientras hacía tarea, para encontrar quemaduras de otros cigarros que acomodé ahí por mero instinto, seguramente en aquellos otros días fríos en que pasaba las tardes pintando y mirando por mi ventana la luz dorada que se acomodaba, por mero instinto, sobre las casas de enfrente. Esta ventana mía da al cubo de luz, si hay algo que extraño es la vista a la calle, la idea de tener mi libertad a sólo un cristal de distancia. Me dicen que ya vendrá el día en que seré libre de viajar por el mundo, pero a mi me ataca la duda de si tendré para entonces el suficiente coraje de hacerlo aunque nadie venga conmigo, aunque me sienta aún menos joven de lo que me siento hoy o recordando tal vez estos días fríos en que soy joven aún y no me atrevo a creerlo.

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