sábado, 22 de marzo de 2014

Y si la vida hubiera sido diferente...

Se me olvidó cómo era cuando todo esto era divertido, de pronto todo se me puso tan... real. No hay manera de escapar de la realidad, tarde o temprano, uno siempre cae. Es este mundo maldito y mal encuadrado en el que no eres nada, nadie, si no naciste en una familia de políticos. No soy nadie, justo hoy, no soy nada. Ya no sé qué hacer con mis pies, dónde ponerlos, quisiera perder piso aunque fuera por un momento, salir volando, perderme en las nubes, ¿A caso es tan difícil?, a la gente le importa un carajo tu trabajo, aunque sea regalado, están muy ocupados haciendo cosas de gente adulta normal, de esos de traje gris y los pies bien plantados en la tierra. Tal vez la vida sería más fácil si fuera un zombie de esos, tal vez me den trabajo de mesera en algún café pinchurriento del centro de Tlalpan, tal vez debí hacerle caso a mi madre y vender mi dignidad en una escuela, cualquiera de ellas. Estoy cansada del mundo, en general. Tengo ganas de dormirme de aquí a que empiece abril. Y me siento estúpidamente hipócrita publicando frases positivas en mi página, como el payaso aquél que se le había olvidado cómo reir. Ya no sé qué hacer para rearmarme, soy como el jarrito azul de porcelana que se cayó y se rompió en pedacitos. Ya no sé cómo maquillar las lágrimas. Ya no sé si tenga caso.

viernes, 14 de marzo de 2014

Alcohol e ingenuidad

Las noches se han vuelto frustración, ganas de hacer de todo, de volar, tomar, fumar, hacer que esta vida parezca en realidad viva. Quiero volver a sentirme como la adolescente estupida que fui y nunca crei ser. Tiene sus ventajas la ignorancia, esa libertad segura, esos dias en que todo estaba en su lugar y yo no me di cuenta, todo ese tiempo desperdiciado. Tenía una madre que me cuidaba cada dolor de garganta, un poodle que me amaba, un techo seguro y una bicicleta. Qué mas podia pedir, pedi demasiado y no me di cuenta. No puedo culpar a nadie ás que a mi. Me doy cuenta de que estoy borracha cuando empiezo a morder los cigarros y fumar más de lo que puedo y deberia. Extrañaba perder el piso, debería hacerlo más seguido. Tal vez si no me limitara tanto tendría más amigos, más historias qué contar, más "bixianécdotas" qué recordar. Comienzo a creer que es posible que uno sea más bien lo que es cuando está borracho, lo que me lleva a preguntarme quién soy en realidad. Cuando estoy así bailo, río, juego, cuando no, soy una vieja mamona aburrida como cualquier otra. Extraño quemar mi restirador por accidente con marcas de cigarro y el olor a marihuana mezclado con cerveza. Me extraño a mi misma y lo que era cuando fui libre, ese par de veces en que me sentí realmente libre. Ya ni siquiera lloro como antes.

lunes, 10 de marzo de 2014

Música

Últimamente he soñado música. Cierro los ojos y ahí está, simple, pero a la vez infinitamente compleja. Es como si la música fuera sólo música, sin intérprete ni instrumento, está ahí flotando en el aire, sin el "boing" de las cuerdas de la guitarra ni golpes de teclas de piano ni la vibración de los vientos. Es sólo música, simple y llano sonido. Es un sonido que envuelve, no el frío mecánico de la música digital, es cálida, triste. Se parece un poco a mi. Quisiera haber estudiado música y poder escribirla, enseñarle al mundo la bella música de mis sueños. A veces me pregunto qué hubiera sido de mi si le hubiera tenido un poco más de paciencia  a la guitarra. Si hubiera escuchado el consejo de algún desconocido que me dijo "La guitarra siente, no la abandones". Pero hay una razón por la que elegí los colores en lugar de los sonidos; la guitarra lloraba, los colores cantan. Extraño el olor del ron barato que escondía en un rincón de mi closset y salía a pasear en noches solitarias en que sólo alumbraba la luz de la pantalla, las tardes de paseo por Coyoacán, las quemaduras del cigarro en las orillas de mi restirador. Lamento no haber tomado suficientes fotos de la ventana, el faro que confundía con la luna entre copas y letras, letras y más letras. Esos tiempos en que tenía tiempo para perderlo y buscar música nueva. Todo es nuevo para un adolescente, todo es de colores extravagantes, parece que el tiempo se acaba cuando no es así, uno quiere comerse el mundo porque parece girar demasiado lento. Cómo fui a desperdiciar así esos días, emborrachándome sola en las noches y durmiendo en los días, tenía toda la energía para llevar mi bici al fin del mundo y estaba demasiado preocupada de que el mundo pudiera lastimarme. Tenía la fuerza para defenderme, el tiempo para perderlo, una bicicleta. Tenía alas. Soñaba con volar pero nunca me atreví a saltar por la ventana y hacerlo de veras, volar, volar tan lejos como me fuera posible.

Últimamente he soñado música, y me da por pensar que tal vez debí tenerle más paciencia a mi guitarra y escribirla. Y luego recuerdo que aún tengo alas y ganas de volar. Y una bici, la fuerza que me queda y una guitarra haciendo polvo en algún lugar del closset.

domingo, 2 de marzo de 2014

Jacarandas


Están comenzando a florecer las jacarandas. Mi ciudad se pinta de violeta y aromas dulces de primavera, una primavera que pinta para calurosa y alegre, este mundo se pone alegre por fuera y yo, a pesar de todo lo que pasa aquí adentro, no puedo evitar sonreir. Sonrío porque la vida sigue y este año podré ver jacarandas, una vez más, quitándole un poco de su gris tradicional a este mundo mal encuadrado. Todo va a estar bien, me dicen, florecen, las guerras que empiezan, las crisis económicas, los conflictos del mundo de los humanos, las bombas que derrumban casas robando infancias, las muertes, los cánceres, no parecen afectarlas. Ellas florecen porque la primavera comienza y comienza el calorcito. Ellas no conocen otro mundo, y yo quiero ser como ellas.



Aceptar la vida es aceptar la muerte que viene con ella,
aceptar que después de la muerte de unos los otros siguen viviendo.

Un pequeño detalle: Morirás.



Comenzaré por decir que las plantas deberían saber gritar. Si hubiera escuchado a mi lavanda aquella que creció y creció, cuando olvidé que la había dejado dentro de la casa y no le puse suficiente agua, tal vez hoy no compraría lavandas obsesivamente. Pero murió. Todos morimos eventualmente, las muertes anunciadas son las peores. Está el día en que mi Cindy se quedó dormida entre mis brazos, cuando elegí dejarla descansar, bañada en lágrimas y con ganas de helado de café con chocolate. Y el día en que entendí la decisión de mi padre de no dejarse dializar, de dejarse morir porque los vivos tampoco deben aferrarse a la vida. Y el pecesito blanco que de pronto se dejó hundir y no supe cómo hacerlo flotar. Y como mi rata Petrus, que tosía y estornudaba y pensamos que todas las ratas hacían eso. No dormí en tres noches, la fui a enterrar al lugar donde enterré a mi hamster, Caramelo, cuando tenía 10 años. Tuve que volarme una barda para hacerlo. Luego vino Muffin, para lavarme las culpas y recordarme que todas las ratas estornudan, no fue mi culpa. Y luego, cuando él se perdió varias noches completas, está esa imagen de un cuyo muerto que cuando lo vi de lejos pensé que era Muffin, bajo la lluvia de los días más fríos del año, ya sin vida. Pero no, Muffin murió tranquilo en manos de mi madre, con las manitas azules, fallo respiratorio. Y está Cleo, Cleopatra, la pastor alemán con problemas de cadera, que según me dicen estaba agradecida de que la mandáramos allá con Cindy, entre trigo dorado y terciopelo. Yo hasta la fecha me arrepiento de no haber rogado por abrazarla un día más. Luego está la tortolita aquella que pensé que sobreviviría a un ataque de gato, se me fue entre las manos, temblando y con los ojos bien abiertos, un treintayuno de octubre. Curioso día eligió para morir, llendo en contrasentido en el día en que los muertos bajan a saludar a los vivos. Las muertes anunciadas, suelen ser las peores. Yo no sé por qué lloramos cuando ya todos lo sabemos, un día vamos a morir. Y sin embargo parece tomarnos por sorpresa, tal vez porque no sabemos el momento, la hora y día en que va a suceder. Por eso las muertes anunciadas son las peores, las lloras anticipadamente sin importar si son años o días u horas. Lloramos porque la muerte se llora y punto. Puede ser que por eso nos aferremos tanto a la vida, porque no importa cuán anticipada sea una muerte siempre queda un respiro de vida, y son esos días, horas, años los que vale la pena vivir cuando todavía la muerte no conoce nuestros nombres. Nos aferramos a la vida por el aire que respiramos, seguimos comprando mascotas, plantas, seguimos teniendo amigos porque, aún cuando ya sabemos que van a morir, por un momento respiran y ese momento vale respirarlo, y vale mucho. Aceptar la vida es aceptar la muerte que viene con ella, aceptar que después de la muerte de unos los otros siguen viviendo. No vale la pena aferrarse a los muertos, ni a los vivos porque se mueren. Pero, ¿cómo le explicas eso a un pobre corazón?

Don't tell me if im dying, cause i dont wanna know...

Mi madre dice que tener mis piernas y no usar minifalda es un desperdicio de vida.