domingo, 2 de marzo de 2014

Un pequeño detalle: Morirás.



Comenzaré por decir que las plantas deberían saber gritar. Si hubiera escuchado a mi lavanda aquella que creció y creció, cuando olvidé que la había dejado dentro de la casa y no le puse suficiente agua, tal vez hoy no compraría lavandas obsesivamente. Pero murió. Todos morimos eventualmente, las muertes anunciadas son las peores. Está el día en que mi Cindy se quedó dormida entre mis brazos, cuando elegí dejarla descansar, bañada en lágrimas y con ganas de helado de café con chocolate. Y el día en que entendí la decisión de mi padre de no dejarse dializar, de dejarse morir porque los vivos tampoco deben aferrarse a la vida. Y el pecesito blanco que de pronto se dejó hundir y no supe cómo hacerlo flotar. Y como mi rata Petrus, que tosía y estornudaba y pensamos que todas las ratas hacían eso. No dormí en tres noches, la fui a enterrar al lugar donde enterré a mi hamster, Caramelo, cuando tenía 10 años. Tuve que volarme una barda para hacerlo. Luego vino Muffin, para lavarme las culpas y recordarme que todas las ratas estornudan, no fue mi culpa. Y luego, cuando él se perdió varias noches completas, está esa imagen de un cuyo muerto que cuando lo vi de lejos pensé que era Muffin, bajo la lluvia de los días más fríos del año, ya sin vida. Pero no, Muffin murió tranquilo en manos de mi madre, con las manitas azules, fallo respiratorio. Y está Cleo, Cleopatra, la pastor alemán con problemas de cadera, que según me dicen estaba agradecida de que la mandáramos allá con Cindy, entre trigo dorado y terciopelo. Yo hasta la fecha me arrepiento de no haber rogado por abrazarla un día más. Luego está la tortolita aquella que pensé que sobreviviría a un ataque de gato, se me fue entre las manos, temblando y con los ojos bien abiertos, un treintayuno de octubre. Curioso día eligió para morir, llendo en contrasentido en el día en que los muertos bajan a saludar a los vivos. Las muertes anunciadas, suelen ser las peores. Yo no sé por qué lloramos cuando ya todos lo sabemos, un día vamos a morir. Y sin embargo parece tomarnos por sorpresa, tal vez porque no sabemos el momento, la hora y día en que va a suceder. Por eso las muertes anunciadas son las peores, las lloras anticipadamente sin importar si son años o días u horas. Lloramos porque la muerte se llora y punto. Puede ser que por eso nos aferremos tanto a la vida, porque no importa cuán anticipada sea una muerte siempre queda un respiro de vida, y son esos días, horas, años los que vale la pena vivir cuando todavía la muerte no conoce nuestros nombres. Nos aferramos a la vida por el aire que respiramos, seguimos comprando mascotas, plantas, seguimos teniendo amigos porque, aún cuando ya sabemos que van a morir, por un momento respiran y ese momento vale respirarlo, y vale mucho. Aceptar la vida es aceptar la muerte que viene con ella, aceptar que después de la muerte de unos los otros siguen viviendo. No vale la pena aferrarse a los muertos, ni a los vivos porque se mueren. Pero, ¿cómo le explicas eso a un pobre corazón?

Don't tell me if im dying, cause i dont wanna know...

Mi madre dice que tener mis piernas y no usar minifalda es un desperdicio de vida.


No hay comentarios: