viernes, 23 de mayo de 2014

Una lluvia de estrellas más

Me es difícil no dejarme caer. Un día de descanso es una buena excusa para dos días de descanso y dos días son suficientes para perder la rutina. Me caen mal las rutinas per me culpo de no seguir las que yo intento imponerme. Me culpo por muchas cosas, me culpo de haberme dejado caer. Podría ser peor, me digo, pero mi cabeza no logra rearmar los pedazos para recontinuar con esa vida feliz y estable que mantuve por unos meses hace unos años ya hora se ve tan lejana. Me siento regresando a mi adolescencia, esos días en que era incapaz de levantarme de mi cama y hacer algo por mi misma, incapaz de ordenar mi restirador y sacar un papel con su pedazo de carbón. Lo que sea, cualquier cosa. Mantengo el desorden en mi recámara porque no haré nada de todas formas y no hago nada porque el desorden no me deja. Siempre es más fácil escapar, me gustaría que mis escapes fueran algo más productivos. Me siento encerrada en esta vida, en mi recámara que antes fue mi refugio. Me siento invadida de realidad. Invasiones que poco a poco se van haciendo costumbre. Y me culpo por acostumbrarme a ceder, a reemplazarme con una marioneta que ya no sabe cómo decidir de qué color quiere vestirse hoy. Tengo que escapar, tengo que romper todo lo que soy para reinventarme, necesito morir para renacer después. Necesito morir ahora.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Regresiones. Un nombre para la guitarra.

Cuando era más joven soñaba con largarme con mi guitarra en su estuche a cualquier lugar, no importaba a dónde, yo quería volar. Tiempo después llegué a la conclusión de que esos eran sueños de adolescente y de que pensar así era peligroso. Y me odié a mi misma, me odié por dejarme madurar. Y odié al hombre del traje gris que amenazaba con condenarme a la oficina, a mirar el reloj fijamente hasta las nueve de la noche, perdiendo el tiempo, jugando a ser adulto. Jugando a madurar. Y le temí, aún lo hago. Curioso, a veces siento que no hay nada que tenga que decir y otras veces soy un río de palabras que se desborda, que se queda sin mares para desembocar. Y otras veces las palabras se deforman en mi boca que pretende retener el llanto. Así ha sido como estos días ha ido ganando el silencio. Dicen que los hijos están biológicamente diseñados para ver morir a sus padres, pero se sabe también que no es fácil, que no importa cuánto se llore siempre habrá más pequeños detalles para extrañar, más allá de la necesidad, más allá de las recetas de cocina y las meditaciones complicadas. No es fácil dejar ir, pero siempre es necesario. Y yo me siento en un rincón con la guitarra de mi madre a escucharla pensando que es su voz que me aconseja, que me cuida. Me distraigo y me doy una excusa para levantarme por las mañanas. No importa el dolor de muñeca y de dedos, me conforta. Me lleva de regreso a mi adolescencia tormentosa pero libre, ahora ajena. ¿Quién soy yo para negarme?, me atrapa, me condenan sus cuerdas a vivir esta vida que me queda, me condena a sonreir y hacerme pensar que soy de alguna manera más libre que hace un mes. Pero ya no sé si quiero esta libertad, no sin su consejo, sin su cariño. Y me condeno a escuchar sus notas aún sin conocerlas porque es su voz, sus fotos de joven, sus aventuras. Su inteligencia y sobre todo su sonrisa. Es por eso que me es tan difícil nombrarla, sería demasiado llamarla Lorena, demasiado poco cualquier otra cosa.

jueves, 1 de mayo de 2014

Mamá

A veces todavía espero que por alguna razón misteriosa, inexplicable, te levantes de la cama brincando, que de pronto te sientas mejor y tengas hambre y comas y sonrías como antes. Tu sonrisa siempre me dio fortaleza, confianza. Nunca te dije cuánto te admiro. Cuando era niña quería ser como tú, me esforzaba por imitarte. Luego oí por ahí que los jóvenes reniegan de sus padres, y yo pensé "No, yo no, yo quiero ser como ella". Lo que me tomó unos años fue descubrir que no tenía que esforzarme para parecerme a ti, que aprendí más de ti de lo que pretendiste enseñarme pero menos de lo que me hubiera gustado.Creo que siempre creí que estarías ahí toda mi vida para darme consejos, que tú me enseñarías a criar a mis hijos como me criaste a mi. Yo sé que te arrepientes de cómo me educaste, de las cosas que me enseñaste, pero tampoco te dije lo mucho que te agradezco por darme la oportunidad de ser yo misma, me enseñaste a confiar en mi más que nadie que pudiera dar órdenes y que no siempre es la "gente importante" quien tiene la razón. La persona más inteligente que conocí en mi vida no terminó la preparatoria y fue capaz de llegar más lejos que muchos otros. Pero, más allá de eso, fue esa capacidad de amar inigualable, incondicional, infinita. Me enseñaste que las ratas saben más de amor que los seres humanos y también me enseñaste a amar como rata. No creo que haya nada más importante que eso.

Es fácil desilusionarse de este mundo y entiendo la decisión que tomaste. Nunca te culpé por nada, cada detalle de esta vida tenía que haber sido como fue para que hoy yo sea quien soy, y lo agradezco. Yo sé que hiciste lo mejor que pudiste y no hay nada que yo hubiera querido diferente. Cuando hiciste no sé qué meditación para acortar la línea de tu mano yo creí que acortarías unos pocos años, que aún conocerías a tus nietos, que no era posible alterar tanto la vida. Pero tú tuviste ese poder y creí también que tú tendrías el poder de deshacerlo, de escuchar las palabras de los que te dijeron que podías alimentarte de prana, pero fue tu decisión no hacerlo, y no te culpo, aún cuando no puedo decir que no voy a extrañarte. Yo sé que siempre me harás falta, que nunca dejaré de amarte y que te seguiré viendo cada vez que me vea en el espejo. Sé también que esta vida es pasajera y que probablemente pronto seremos ratas juntas y seremos amigas, hermanas, madres, hijas varias veces más.