viernes, 1 de mayo de 2015

A snowflake falls in may

He procurado no prestarle demasiada atención. Digo, es imposible, lo sé. Pero trato de no clavarme en el pasado, de dejar ir todo lo que fue, a pesar de que nunca dejaré de extrañarla. Mañana será un año, y aún escucho sus gritos de dolor de sus últimos días. No tolero estar en mi casa, pero no sé qué hacer. Una parte de mi me dice que sea fuerte, que me quede a trabajar como se supone que debería estar haciendo. La otra me dice que escape, que llame a mi novio y le pida por favor que me lleve al cine. Y hacía ya un par de meses que no lloraba así. No es la primera vez que pasa, que justo cuando siento que comienzo a estar mejor, algo pasa y me vengo abajo. Tengo miedo de cómo amaneceré mañana, con los recuerdos de los amigos que vinieron a verla, los que viniveron a verme a mi, el caldo de res que sabía justo como el de mi abuela y el momento en que entré a su cuarto, como sabiendo de alguna manera que justo entonces respiraba su último aliento. Todo mundo corría y gritaba, lloraba, rezaba. Yo no entendía por qué tanto alboroto, semanas antes ya todos sabíamos que iba a pasar. No, en realidad, me duele más justo ahora, cuando después de tanta gente que pasó por la casa, por el funeral, por el teléfono, etc, sólo su hermana y sus hijos saben qué día es el dos de mayo. Aún tengo ropa suya en mi closset, un año después caí en la cuenta de que, la verdad, es que nunca voy a usarla. Ya no huele a ella, ya no quedan sus cabellos rizados entre la ropa de la lavadora, ya su perfume huele más a mío que a suyo. Y su voz, ya no escucho su voz. La recuerdo, un eco, pero ya no tiene forma. Y la extraño tanto.

Me pregunto si ella me lee, si ella sabe. Después de todo el enojo y la culpa, como que va quedando solamente el dolor.

No hay comentarios: