Desde que dejé de fumar he desarrollado cierto gusto por el helado. Se me ha olvidado cómo escribir con la luz apagada (la ubicación de las letras en el teclado) y me he vuelto un alien en la familia. Me he esforzado por aprender a escribir, lavarme los dientes y comer con mi mano izquierda, y diría que está funcionando. Le he encontrado el gusto a sentarme en una banca en Coyoacán por el puro placer de hacerlo, sin la excusa de detenerme a fumarme un cigarro. Detenerme sólo por detenerme sin una razón aparente. A veces finjo que espero a alguien, otras veces sólo espero. Recuerdo que algunas canciones las escuchaba sólamente para fumar o cuando estaba tomando, y creo que se me ha olvidado ya cuáles eran.
Desde que dejé de fumar ya no soy la misma. Una de las razones por las que no quería dejarlo, era porque sentía que ese vicio ya era parte de mi personalidad. Y no estaba equivocada; ya no soy la misma. Tal vez ya no quería serlo. Tal vez me gusta esto en lo que me he convertido, aunque hay quien dice que no hay cosa buena que no tenga su parte mala. Y la parte mala es que ahora me siento más sola de lo que me sentía cuando fumaba. No me malinterpretes, sé que no estoy sola. Los amigos que tenía en esos tiempos muchas veces ya no entienden de lo que les hablo. No soy como la gente que fuma, pero tampoco soy como la gente que no. Si fumar me daba una identidad, ahora hay algo que falta para rellenar ese vacío. El helado no basta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario