Nunca me vi a mi misma como una persona sociable. Eso ya todo el mundo lo sabe y lo he dicho antes. Siempre he preferido el canto de los grillos sobre las voces de los humanos. Los humanos me hacen sentir incómoda, y que yo recuerde siempre ha sido así. Lo que siempre me ha parecido curioso es que piensen que me gustan las cosas de esa manera y que yo lo quiero así. Tampoco puedo decir que sea lo contrario, no me desagrada ni trataría de cambiarlo. Los humanos me atormentan, me complican la vida, y en particular las mujeres me causan problemas; Nunca he encontrado una que me entienda, a excepción de mi madre, pero siendo mi madre no cuenta. Si bien me di el tiempo de comprender sus protocolos, sus códigos, la forma en que tratan entre ellas y se comunican, la forma en que reaccionan en ciertas circunstancias, un poco de la forma en que piensan y ven la vida, nunca logré convivir con una. Se burlan de mi diciendo que las trato como objetos de estudio más que como seres humanos, como amigas. No es muy diferente de cómo trato a los varones cuando todavía no llego a conocerlos bien. Los pocos que me conocen sabrán, o deberían saber, que hay una serie de requisitos que deben cumplir para ser considerados mis amigos; Nunca he encontrado nada parecido en una fémina. Podría llamarle desconfianza y pocas ganas de cambiar, digamos evolucionar, lo que me mantiene creyendo que las mujeres, para mi, son y siempre serán objetos de estudio. Y muchas veces me he sorprendido usando esas artimañas que son típicas de las mujeres, manipulando gente, usando esos beneficios de los que una mujer goza por el simple hecho de ser mujer. Lo soy y estoy orgullosa de ello, y esa podría ser una de las razones por las que encuentro tan inquitante el no poder convivir con ellas.
Muchas veces en mi infancia llegaron a compararme con un niño; jugaba con mi hermano con pelotas en lugar de aprender a peinarme y maquillarme, hacía aviones en lugar de jugar a "la comidita", me regalaban bolsas de mano de juguete y yo las usaba para guardar carritos de juguete. Y de eso culpo en parte a mi hermano, aunque he de decir que de ninguna manera me arrepiento. Tal vez podría decir que me avergüenza un poco el hecho de que aprendí a peinarme a los doce años, y eso porque un día me vi obligada o más bien me obligaron; Yo nunca vi necesidad de tal cosa. Y claro, como consecuencia el resto de las niñas me trataba como si yo fuera diferente. A veces creo que en realidad fui diferente, y que eso me dejó marcada por el resto de mis días. No diría que me arrepiento, claro que no, pero tampoco lo agradezco. Mientras que por un lado este escenario me dio la capacidad de ver las cosas desde un punto de vista diferente, también me hizo ser un alien; Como ha sido siempre, en muchos aspectos de mi vida, no pertenezco ni a un mundo ni al otro. Tal vez nunca lo haré.
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