Habré tenido unos doce años cuando mi madre me contó que ella tenía unos ocho años cuando decidió que un día tendría una niña que se llamara Sofía. A veces me da por pensar que la razón por la que nací fue esa, mi nombre, el capricho de una niña de un día tener una niña que se llamara así. Sofía. Debo decir que pasaron más de 20 años para que me acostumbrar a ese nombre, y sin embargo me siento halagada. Me gusta mi nombre, aún cuando durante mi adolescencia hice hasta lo imposible para cambiarlo. Alguna vez me dijeron que significa "sabiduría", y yo pensé "¡¿Sabiduría?! pero eso no me queda!", y entonces comencé a buscar algo menos pretencioso. No fue hasta precisamente ayer en que alguien por primera vez en mi vida se refirió a mi como una persona sabia, y por eso hoy amanecí pensando en eso, en el nombre, en mi nombre.
Cuando tenía doce años y mi madre me dijo que a los ocho años ella ya sabía cómo me iba a llamar, sentí que había perdido cuatro años de mi vida pensando en babosadas cuando en la vida había cosas más importantes en qué pensar, como el nombre de una personita que un día significaría el mundo para mi. En ese momento lo primero que pensé fue "Gala", como la esposa de Dalí, y pasarían varios años antes de que me diera cuenta de que había tomado esa desición a la ligera y con un pensamiento muy vacío. No estoy bien segura de cómo fue que se me ocurrió, pero un día llegó a mi su nombre, Isabel, y desde entonces me ha parecido muy curiosa la forma en que se puede amar a alguien que no ha siquiera nacido.
2 comentarios:
¡Hermoso!
Y si me preguntan, desde chica sé que no voy a tener hijos...
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