Me siento como flotando en el limbo, ya no habito esta casa que siempre sentí ajena, que nunca me atreví a decorar por miedo a construir demasiado en un lugar que sabía nunca sería mío. Y no entiendo a los que han vivido siempre en el mismo lugar, estoy segura de que no están concientes de la cantidad de cosas que van cargando a cuestas, que consumen su energía sin que se den cuenta. Y recordé de nuevo a mi madre cuando alguna vez me dijo "uno nunca sabe lo que tiene hasta que se cambia de casa". Y seleccionar de mi pasado lo que se va y lo que se queda ha sido un proceso de autoconocimiento muy interesante. Descubrí que le tengo tanto miedo al mundo exterior que escondo lo más que puedo al grado de que yo misma no sé quién soy, y que le tengo tanto miedo a mi interior que no soy capaz de sacar las cosas de sus repisas para descubrir qué tanto dejé detrás. Y es por eso que quiero tirar tanto a la basura, tengo tantas cosas que es inevitable que muchas se queden detrás de otras, escondidas de mi misma y del mundo. Estoy cansada de eso, estoy cansada de todos los libros que mis dos padres atesoraban y cuidaban, de tantas cosas viejas que los definieron a ellos y que ahora me hastía que me definan a mi, que no me dejan ver qué hay detrás, qué hay donde no hay nada y soy yo en esencia.
Pero, ¿Qué hago con la ardilla de la pared? ¿Debería fríamente mandarla a las bolsas negras entre los rostros tristes?, ella no lo merece, es bonita y siempre me ha inspirado cariño. Y sin embargo tal vez mi madre tenía razón y tendría que haber dejado la casa hace ya muchos años. Pero la veo ahí, tendida sobre el restirador, con qué trabajo está modelada y pintada, es tan vieja que seguramente fue hecha a mano, es hermosa. Me sorprende, y un trabajo así no debería jamás romperse, recuerdos como ese deberían abrazarse, cuidarse como parte de uno mismo, hay recuerdos bellos que nos definen, e historias tristes que nos enseñaron a ser quienes somos. Te dicen "toma lo bueno y olvida lo malo", pero es en lo malo donde están las lecciones más valiosas, las que mejor se instalaron en el corazón, las enseñanzas que jamás olvidaremos. Me pregunto si es por completo inevitable que el pasado nos defina. Pero no puedo evitar sentir que no debería darle tanto valor, que las cosas son solo cosas como decía mi madre y debemos tratarlas como tal. Y que la ardilla no vale nada, que es sólo una ilusión, que el tiempo no existe y la ardilla existirá siempre tal cual como existe ahora, con sus ojos negros parecen mirarte, abrazando su bellota como diciendo "es mía y no dejaré que te la lleves".
Yo creo que es hora de irme, que ya no tengo tiempo de esconderme ni de hojear páginas muertas del pasado ni de no saber quién soy. Tal vez mis tenis rojos, tan nuevos y tan viejos, sean quienes me señalen el camino de regreso a casa.
Yo sé que es hora de volar, y los libros pesan demasiado.
Pero, ¿Qué hago con la ardilla en la pared?
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