Tal vez si me da tiempo de respirar de nuevo, tal vez me de por volvera leer poesía y, tal vez, también volver a escribirla. Hace muchos años un amigo me dijo que esperaría pacientemente el día en que yo escribiera un poema feliz, le dije que debería tener mucha, mucha paciencia, poco después dejé de escribir. Poesía, al menos. Me conforté en decir que nunca fui buena, me rendí. Rendirme siempre ha sido parte de mi naturaleza, de ahí mi interminable lista de fracasos.
De todos los estados de mi cerebro, desde aquel en el que la inspiración sobra y escribir es como abrir la llave de la regadera, hasta ese en el que me da por escribir !%"&·/ como si estuviera de hecho diciendo algo, hay uno muy particular que odio con todas mis ganas; ese en el que lo único que llena mi mente es el eco de las canciones que pongo, porque soy incapaz de poner en mi cabeza pensamientos propios, y más aún, de escribirlos. Es extraño entonces que sean esos los momentos en que más me hace falta escribir, escribir como si eso pudiera salvarme de sentirme como un vegetal.
(Narica es la plantita roja que vive en mi restirador y me acompaña cuando pinto)
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