jueves, 18 de octubre de 2012
Hay cosas que nunca cambian?
Hace mucho que no escribo poesía. Lo intenté esta tarde y no lo logré. En los tiempos cuando dejé de hacerlo me conforté en saber que nunca fui buena, que aquello era una excusa para embriagarme en las noches cuando nadie tocaría a mi puerta. Y lo intenté no porque crea que escribir poesía me hace mejor que otros, como lo hacía antes. Tampoco por tratar de volver a esos pasados tormentosos que hoy poco a poco han ido quedando bajo polvo. No. Lo hice porque por un momento tuve la misma sensación de tener ganas de escribir algo fuera de lo ordinario, como si yo misma fuera algo fuera de lo ordinario. Como si por un momento aquella vieja amiga, musa de mi adolescencia, volviera para recordarme que hay cosas que nunca cambian. Y me estaba preguntando si es que es verdad que hay cosas que nunca cambian. Recordar mi pasado comienza a ser como mirar hacia atrás por un espejo, como si de pronto todo aquello se volviera aún más inalcanzable, aún más inconcebible, inimaginable. Como si no fuera más esa adolescente que cambió sus tenis rojos por unos morados para arrepentirse después. Como esta obsesión mía de ocultar mi edad cueste lo que cueste porque siempre, desde que tengo memoria, he odiado que se me trate como a una niña, y la contradicción de negarme a crecer o sentirme como se supone que se debe sentir un adulto, y dejar a la gente pensar que soy tan joven como aparento. Tal vez es verdad que hay cosas que nunca cambian, pero tal vez lo importante es que hay cosas que sí, que sí cambian.
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