La recámara era de madera y cristales, grande, muy sencilla pero a la vez muy elaborada. Era mi recámara, tenía baño con jacuzzi y un techo doble a lo mínimo de altura. El baño tenía altura normal y sobre el techo de éste había un estudio, computadoras, restirador, escritorio. Yo estaba en la cama cuando llegaste, acostada, mi yo del futuro te llamó pero antes me escuchaste a mi. Tenías la piel blanca, no demasiado blanca, y unos cachetes que podría haber usado de almohadas. Unos ojos enormes, oscuros, como dos almendras gorditas, brillantes. Tenían un brillo conocido, un "algo" especial, y una mirada triste, como la mía. Sobre tus hombros caían caireles negros y brillantes, largos hasta la cintura, resortitos que se movían con tu pequeña cabeza, como volando, cuando volteaste hacia mí. Una nariz pequeña y redondita como todas las narices de niña y labios rosas. Te pregunté cómo te llamabas, me dijiste que Lorena Isabel.
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