miércoles, 21 de mayo de 2014
Regresiones. Un nombre para la guitarra.
Cuando era más joven soñaba con largarme con mi guitarra en su estuche a cualquier lugar, no importaba a dónde, yo quería volar. Tiempo después llegué a la conclusión de que esos eran sueños de adolescente y de que pensar así era peligroso. Y me odié a mi misma, me odié por dejarme madurar. Y odié al hombre del traje gris que amenazaba con condenarme a la oficina, a mirar el reloj fijamente hasta las nueve de la noche, perdiendo el tiempo, jugando a ser adulto. Jugando a madurar. Y le temí, aún lo hago. Curioso, a veces siento que no hay nada que tenga que decir y otras veces soy un río de palabras que se desborda, que se queda sin mares para desembocar. Y otras veces las palabras se deforman en mi boca que pretende retener el llanto. Así ha sido como estos días ha ido ganando el silencio. Dicen que los hijos están biológicamente diseñados para ver morir a sus padres, pero se sabe también que no es fácil, que no importa cuánto se llore siempre habrá más pequeños detalles para extrañar, más allá de la necesidad, más allá de las recetas de cocina y las meditaciones complicadas. No es fácil dejar ir, pero siempre es necesario. Y yo me siento en un rincón con la guitarra de mi madre a escucharla pensando que es su voz que me aconseja, que me cuida. Me distraigo y me doy una excusa para levantarme por las mañanas. No importa el dolor de muñeca y de dedos, me conforta. Me lleva de regreso a mi adolescencia tormentosa pero libre, ahora ajena. ¿Quién soy yo para negarme?, me atrapa, me condenan sus cuerdas a vivir esta vida que me queda, me condena a sonreir y hacerme pensar que soy de alguna manera más libre que hace un mes. Pero ya no sé si quiero esta libertad, no sin su consejo, sin su cariño. Y me condeno a escuchar sus notas aún sin conocerlas porque es su voz, sus fotos de joven, sus aventuras. Su inteligencia y sobre todo su sonrisa. Es por eso que me es tan difícil nombrarla, sería demasiado llamarla Lorena, demasiado poco cualquier otra cosa.
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