Hay veces en que se me antoja una de aquellas noches de ron con cocacola, sabina y calimochos, aquellas noches en que me desvelaba solita frente a mi computadora tomando y charlando, escribiendo, cantando. Por puro romance me serví cocacola con mezcal en una copa de vino, por pura casualidad terminé escribiendo en la misma lap en la que algún veintitrés de septiembre escribí por primera vez en este blog, que había ya creado unas semanas antes. Tarda entre tres y cuatro segundos en procesar una palabra y varios minutos en abrir winamp, que no puede procesar al mismo tiempo que Firefox. Es todo un desastre, pero pude recuperar, entre otras cosas, toda la discografía de Sabina, y eso me hace muy feiz. Por cierto, la tecla L no funciona del todo bien. El año comienza a terminar a finales de Noviembre, y a mi a penas me cayó e veinte. Es Navidad y a mi me da por ponerme melancólica, qué le vamos a hacer, así soy yo. Y sin embargo cuesta creer que sigo siendo la misma que fui hace unos pocos años. Pocos, sí, y eso lo hace aún más difíci de creer. A veces me pregunto qué habrá sido de aquella niña del pelo arcoiris y las uñas negras, viviendo la vida como esperando la muerte. Ya he hablado de eso antes, pero es que me parece muy curioso pensarlo. Ahora que he vueto a fumar -de nuevo- como que ha vuelto de entre las cenizas una pequeña parte de todo aquello que solía ser, y no negaré de ninguna manera que es divertido. Había olvidado cuánto lo disfrutaba, ponerme un poco triste de vez en cuando, pero sólo un poco, ese estado de ánimo tan curioso que me impulsa a escribir de noche y encender uno que otro cigarro bajo la luna. Le echaré la cupa al aliento del alcohol, que me hace sentir de nuevo como adolescente. Tengo una teoría que seguramente no es sóo mía, que cuando haces algo y luego lo dejas de hacer por mucho tiempo, volverlo a hacer es como viajar en el tiempo. Curioso que no refresque mi memoria, sino que tan solo revive el sentimiento. Ya no viven ni los rostros ni las miradas ni las voces, ya no los extraño ni los recuerdo. Se han vuelto conceptos bajo un polvo que se acumua año tras año y no se limpia con un simple trapo húmedo. Escribo sin releer, cosa que no suelo hacer, por temor a equivocarme, comienzo a pensar que esa es una de las ventajas del alcohol. Todavía escribo bien -creo- y no se me pierden los acentos, pero las letras fluyen como cuando abres la llave de la regadera y desde el principio el agua es tibia. No me da tiempo de releer, me encantaría pensar que eso hace las cosas más interesantes. Desde que ya debajo de mis entradas sólo se lee un "cero cosas que tengo que decirte" ya no me molesto tanto por decir sólo lo que es socialmente aceptable.
No me gusta perder el control, y sin embargo no puedo evitar disfrutar esa sensación acuática que proporciona el líquido alcohol.
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