lunes, 28 de julio de 2014
Otra vez mamá
A veces se nos olvida que están muertos, los muertos. Y preparamos desayuno para cuatro, llamamos sus propiedades como suyas, pensamos en ellos cuando vemos algo qué regalarles, vamos por la calle y pensamos "llegando a casa le preguntaré...". Y entonces, por un segundo están vivos. Menos que un segundo, un milésimo, un instante en el que sentimos la alegría de la perspectiva de compartir con ellos, de contarles cosas, de regalarles cosas, de comer con ellos. Pero no dura, porque luego viene el recuerdo. Los vivos nos enfrentamos una vez más a la realidad de que se han ido, de que nos dejaron sus cajones llenos de ropa, que nos dejaron llenos de dudas y que nunca más volveremos a verlos sonreir. Que nos quedaremos toda la vida con la curiosidad de "¿Qué habría opinado ella a cerca de mi nuevo novio?". Mueren de nuevo, una vez más algo se rompe dentro de ti y sientes su agonía, recuerdas que no te despediste, por otro instante vuelves a vivir el funeral y ese momento maldito en que después de creerte que estabas bien caiste en cuenta de qué significa la muerte en realidad. Que no recuerdas qué hiciste en su último cumpleaños, en tu último cumpleaños con ella, que no volverás a escuchar historias de tu infancia, que nunca podrás preguntarle si cree que este chico que te gusta tanto tiene un defecto que no estás viendo. Un instante más en el que sientes cómo la vida te arrebata lo que más querías en este mundo. Un instante que duele tanto que nunca termina.
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