Tenía algo así como doce años cuando comencé a soñar que volaba. Todavía recuerdo la primera vez, con una con una nitidez que te sorprendería, si pudieras entrar a mi cabeza y verlo por ti mismo. Te juro que te costaría trabajo diferenciarlo de la realidad, de un recuerdo cualquiera. Con la pequeña diferencia, claro, de que en un recuerdo cualquiera, no vuelo. Ese sueño fue especial, por esa y muchas otras razones. Aún recuerdo la sensación, y déjame decirte que no fue para nada agradable. Un vértigo impresionante, como si mis pies de pronto perdieran su capacidad de mantenerme pegada al piso, mi cuerpo de pronto pesara menos que el aire (mucho menos), la falta absoluta de control, el estrellarme contra un poste de luz, la parte de arriba de un poste de luz. Y luego no poder regresar a mi casa, no poder bajar del maldito poste de luz. Recuerdo que me abracé al poste como si aquello no fuera un sueño, como si en verdad fuera a darme el golpe de mi vida si llegaba a soltarme. Desperté rápido afortunadamente, pero te aseguro que no fue divertido. De cierta forma me alegra decir que estos sueños de vuelo comenzaron a volverse divertidos unos años después (Hoy casi podría jurar que controlo lo que hago, hacia dónde vuelo y cómo). El otro día estaba viendo un video de Cirque du Solei. "Alegría", si lo ves, cómpralo, es una orden. Una vez vi en un documental que el cerebro, no recuerdo cómo o por qué, cuando uno ve la imagen de un ser humano haciendo algo que uno mismo sabe hacer, segrega las mismas sustancias y genera las mismas sensaciones que cuando uno lo está haciendo. Le dicen empatía, creo, y entonces no creo que fuera difícil de adivinar por qué a los deportistas les gusta ver a otros deportistas, a los patinadores les gusta ver patinadores y a los fotógrafos nos gusta ver fotografías de otras personas. Lo curioso del caso, ese día que mi hermano trajo el video de Alegría, es que estaba viendo a un gimnasta hacer piruetas en el aire colgado de un resorte. Daba la impresión de que volaba. Y sí, cuando lo vi tuve exactamente la misma sensación que me provoca soñar que vuelo. "Pero yo vuelo sin cuerdas, sin ataduras" le dije telepáticamente al pobre iluso de la televisión. Luego me di cuenta de que él, colgado de esas cuerdas, estaba mucho más cerca de volar de lo que yo jamás estaré. Yo jamás volaré, y es extraño despertar en las mañanas, después de haber volado toda la noche, y descubrir que sigo tan pesada como la noche anterior antes de irme a dormir, que jamás volaré, que no importa lo que haga ni cuán alto pueda brincar, jamás sentiré mis pies elevarse del suelo. Me estaba preguntando si en el agua sería algo parecido, si poder respirar bajo el agua, sería lo mismo que volar. Mi problema es que jamás le perderé el miedo a las profundidades, yo no podría volar bajo el agua, pero tú sí. Y yo no sé qué sería capaz de hacer para convencerte de que vivas mi sueño, y vueles por mi... porque yo no puedo.
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