jueves, 21 de octubre de 2010

Volver.



Es curiosa la forma en que me relaciono más con animales que con seres humanos. Sé que suena raro, pero a veces me da la impresión de que ellos me entienden mejor que los seres de mi misma especie. No sabría explicarte por qué. Si nunca has hablado con un animal, probablemente no lo entenderías. Un animal no te critica porque no sabes maquillarte. A un perro no le importa si fumas o no, si vas a antros de moda o no. Un perro no te pregunta la marca de tus zapatos para saber quién eres, para ponerte una etiqueta. A un perro no le interesa si volviste o no con tu novio, no te pregunta dónde estuviste si llegas tarde a casa, no te juzga si todos tus amigos son hombres y tu eres mujer. A un perro no le importa si sabes vestirte, si los colores de tu ropa combinan, si vas o no a una escuela privada ni qué coche conduces. Ya van varias noches seguidas que se me cae el mundo casi por accidente, y no quiero que se haga costumbre. Hace poco escribí algo a cerca de las desiciones que uno toma en la vida, en cómo ellas pueden hacer que uno pueda o no vivir feliz en el futuro, en cómo ellas tienen el poder de dejarnos o no ser felices en el presente, de darnos o no la capacidad de poder dejar atrás el pasado. Y me quedé ahí, pensando en el pasado. En mi pasado. Cuando uno es niño no se da cuenta de lo que hace, cuando no se tiene pasado es difícil pensar en el futuro. Tal vez es por eso que siendo jóvenes no somos capaces de tomar las desiciones correctas. No sólo por irresponsabilidad, no porque nos importe poco la vida (al menos no en mi caso), sino porque no sabemos qué es el futuro. Porque no conocemos un futuro. Me refiero a que, cuando uno no conoce el concepto de pasado, no puede tampoco conocer el conceptro de futuro, a largo plazo, quiero decir. Cuando alguien es joven, no sabe de futuro. Lo malo del caso es que para cuando uno se da cuenta de sus errores, es demasiado, demasiado tarde. Demasiado tarde para volver. Es curioso que, en el camino de la vida, sólo se puede ir hacia delante. Frustrante, tal vez uno no pensaría entonces que el camino es realmente un camino. Es un camino de una sóla vía. Si hoy quisiera volver, no sabría cómo, ni a dónde, ni por dónde ni por qué. Sin embargo uno vuelve sin darse cuenta, uno vuelve, no cuando quiere volver, sino cuando no le queda de otra. Una vez le dije a alguien que recordar nunca es volver a vivir. No diré que me equivoqué, aún lo creo. Recordar no es volver a vivir. Y es tal vez por eso que volver duele tanto, porque en realidad no vuelves, no vuelves a vivir, no vuelves a ver, cuando uno vuelve a donde se fue feliz, nunca se está volviendo al mismo tiempo. Tal vez al lugar sí, con la misma persona, las mismas calles, las mismas casas, el mismo parque, la misma plaza. Pero el tiempo no perdona. Cuando te equivocas de camino, cuando tomas la desición incorrecta, no tienes forma de corregir, no tienes forma de volver a vivir. Nunca nadie me dijo que, si algún día intentaba volver, no sólo no podría, no sólo dolería, sino que ni siquiera sería capaz de volver. Cuando uno vuelve, vuelve por un camino diferente, y se marcha por otro nuevo. Uno se marcha con la frente marchita, y el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez.

Un perro no piensa que estás loca si te escucha gritar una canción, de esas que desgarran el alma. No dice nada si desentonas demasiado, ni te pregunta por qué lloras. Un perro sólo se calla y escucha.

No hay comentarios: