miércoles, 25 de julio de 2012

martes, 24 de julio de 2012

Vacío



¿Cómo se supone que debería comenzar algo que en realidad me gustaría dejar vacío? ¿Por qué carajos debería empezar algo que en verdad no quiero hacer?. Yo qué sé. Después de todo, hay quien dice que el vacío no existe. Y sin embargo, aquí estoy, desde hace más de una hora esperando que suene el teléfono, que alguien se conecte, que algo pase. Y nada pasa, mas que la vida, como dicen algunos. Qué cosa tan curiosa es la ausencia, que está presente cuando tú no estás. Después de darle muchas vueltas al asunto, me paro y observo. Me da la impresión de que todo sigue justo como la última vez que me paré a observar, vacío como el platito negro de croquetas, como mi lista de amigos de facebook, como mi reserva de ganas de hacer algo. Lo que sea. Cualquier cosa que por la noche pueda hacerme sentir que este no fue un día desperdiciado. Últimamente me da la impresión de que cada día de mi vida es tiempo vacío, tiempo desperdiciado. Y vuelvo a darle vueltas al asunto sólo para darme cuenta de que sigo haciendo lo mismo, nada, alimentando este vacío que me come por dentro, que me consume como agujero negro, que me hace sentir justo en el límite de la cordura. Comienzo a preguntarme si es que esto es la vida, si es que en verdad existe algo con qué rellenar este vacío.

lunes, 23 de julio de 2012

Los semáforos en verde

Ver mi ciudad de lejos me hace pensar cosas curiosas. Recuerdo casi perfectamente lo que sentía cuando lo hacía desde la terracita afuera de la cocina en mi casita blanca en San Pedro Mártir, o desde su techo, o desde el capulín. Era una cosa rara, melancólica-nostálgica, de sentirme habitante de un lugar al que nunca había pertenecido. No podría explicarte, supongo que tendrías que ser como yo para entender esa relación de amorodio que tengo con esta ciudad que huele a smog y borrachos por las noches, que se adorna Tlalpan con mujeres alegres, que se burla de la inteligencia humana con su política democrática. Pero también huele a humedad y ese olorcito tan particular de las noches al sur de mi ciudad que siempre me ha provocado tantas sensaciones que nombrarlas sería inútil, así como las casas de Coyoacán y sus cafés y sus plazas y su casi-ausencia de balaceras. Hoy cuando venía de regreso por la carretera y mi novio me pidió que nombrara un lugar conocido, no supe cómo contestarle. Ni siquiera busqué, ni lo pensé, no lo intenté. Me es tan desconocida como a un extranjero y a la vez tan familiar como el lugar donde nací, y mirarla de lejos hoy se me antojó casi romántico, casi... fascinante. Casi podría decir que la he extrañado, aún siendo que sólo la dejé por un par de horas. Tal vez mi misión en la vida esté encerrada aquí, tal vez aquí está mi destino. Pero también tal vez la razón es que me aterra alejarme por una especie de "mejor malo conocido" que aún contra mis principios no me dejará partir. Sí, tal vez quiero conocer el mundo. Sí, quiero conocer el mundo, pero no por eso sería capaz de dejar esta mugrosa ciudad que me enamora y me atormenta con sus aromas y colores sin antes pedirme permiso. Tal vez es el tintineo de sus lucesitas blancas y amarillas cuando la veo de lejos que hipnotiza. Tal vez es que aquí, para mi, todos los semáforos están en verde.
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Un día compraré esa casita blanca, y le pondré una alberca pequeña en el jardín.
Tal vez compre todo el maldito pueblo.

lunes, 2 de julio de 2012

Caminando hacia atràs



Releyendo cosas que escribi hace ya mucho tiempo, me doy cuenta de lo poco que comienza a faltar ya para el otoño. Mi amado otoño, las hojas de los arboles amarillas, en el suelo de mi ciudad, esperando a ser pisadas, el sol, todo el dia con sueño y su luz, esa luz que tiñe todo de amarillos rojos y naranjas, que quema pero no calienta y el frio que me entumece los dedos cuando me siento a escribir. Me hace falta en estos tiempos en que me da por creerme planta.

Sintiéndome como Nárica

Tal vez si me da tiempo de respirar de nuevo, tal vez me de por volvera leer poesía y, tal vez, también volver a escribirla. Hace muchos años un amigo me dijo que esperaría pacientemente el día en que yo escribiera un poema feliz, le dije que debería tener mucha, mucha paciencia, poco después dejé de escribir. Poesía, al menos. Me conforté en decir que nunca fui buena, me rendí. Rendirme siempre ha sido parte de mi naturaleza, de ahí mi interminable lista de fracasos.

De todos los estados de mi cerebro, desde aquel en el que la inspiración sobra y escribir es como abrir la llave de la regadera, hasta ese en el que me da por escribir !%"&·/ como si estuviera de hecho diciendo algo, hay uno muy particular que odio con todas mis ganas; ese en el que lo único que llena mi mente es el eco de las canciones que pongo, porque soy incapaz de poner en mi cabeza pensamientos propios, y más aún, de escribirlos. Es extraño entonces que sean esos los momentos en que más me hace falta escribir, escribir como si eso pudiera salvarme de sentirme como un vegetal.


(Narica es la plantita roja que vive en mi restirador y me acompaña cuando pinto)