sábado, 25 de febrero de 2012

Tic, tac... tic, tac...

Entré a Facebook con la esperanza de encontrarte, de encontrar a alguien, cualquiera, o tal vez de econtrarme. Estos días me da la impresión de que mi vida está en un semáforo en rojo, de esos que se hacen eternos y no se ve la hora de que se pongan en verde. No sé si es que necesite más dinero del que puedo tener o el hecho de no encontrar cómo o dónde conseguirlo, o la verdad innegable de que a veces me da por creerme conejo, y quedarme pasmada cuando veo a la vida a punto de envestirme. Cuando era niña me decían que "conejeaba", una de las tantas maneras creativas que encontraron para decirme tonta. Curioso que, desde entonces y como siempre ha sido, siempre me llevara bien sólo con gente varios años mayor que yo. Cuando tenía quince, la persona más joven con la que hablaba habrá tenido unos veintitrés años, y siempre me pareció interesante hablar con gente que tenía algo menos tonto qué decir que los niños de mi edad. Mis amigos de ahora rozan o comienzan sus treintas, y creo que yo me brinqué esa edad que decía mi madre en la que todos los niños-adolescentes sienten que pueden comerse al mundo a mordidas. A mi esa edad se me va acabando, puedo sentir la arena del reloj cayendo sobre mis hombros y por más que brinco no logro tapar el agujero. Siempre de niña sentí que me faltaba un compañero de aventuras, duele ver qué poco cambian las cosas con el tiempo. Cuando miro a mi alrededor me doy cuenta de que todos mis amigos ya pasaron por ahí, todos ocupados con sus trabajos, todos tienen cosas importantes de qué hacer, y yo siento que ya no puedo aplzarlo más, que debería ya ser como ellos, que debería dejar de portarme como una niña y querer comerme al mundo. Como nunca antes siento que me brinqué una parte importante de mi vida, una parte que no me quería perder. Cosas como saltar de un bongie, salir de campamento, perderme en carretera, yo qué sé. Todos mis amigos ya lo hicieron, todos ya lo vivieron, y yo, hoy, sólo puedo sentarme y escuchar sus historias. Nadie lo volverá a hacer para hacerlo conmigo, y el reloj sigue corriendo.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Cindirella

Ayer en la mañana me desperté igual que todas las mañanas. Abrí la puerta de mi cuarto y me dirigí al baño cuando creí escucharte, quejándote como te quejabas cuando te despertaba en las mañanas, y pensé "¿cómo es eso posible, si tú ya no estás?". Tardé demasiado en darme cuenta de que el sonido era el de la puerta del cuarto de al lado abriéndose; nada tenía que ver contigo. Y es que te tenía tan segura a mi lado que nunca pensé que fuera verdad que un día te ibas a ir. Eras tan parte de mi vida que me cuesta creer que ya no estás aquí. El otro día soñé contigo, soñé que le pedía a un ángel que bajara por tí y te llevara al cielo. Esa noche desperté casi llorando, sintiendo como si, esta vez definitivamente, te hubieras ido. Y me sentí tan sola en mi cuarto, te sentí como un manco siente un miembro fantasma. Es fácil decir que debe recordarse sólo lo bonito, que todo pasa y como todo esto pasará. Pero no puedo evitar saludarte en la mañana, como todos los días por quince años, ni referirme a Cleo en plural  cuando la llamo para comer ni voltear pensando que eres tú cada que veo algo echado en el piso o sentir ese impulso de abrirte la puerta para que vayas al patio cuando me levanto tarde. Y es que cambiar mis costumbres sería dejarte ir y no quiero. No quiero que te vayas, no quiero nunca perderte para siempre.