jueves, 22 de septiembre de 2011

Isabel

Habré tenido unos doce años cuando mi madre me contó que ella tenía unos ocho años cuando decidió que un día tendría una niña que se llamara Sofía. A veces me da por pensar que la razón por la que nací fue esa, mi nombre, el capricho de una niña de un día tener una niña que se llamara así. Sofía. Debo decir que pasaron más de 20 años para que me acostumbrar a ese nombre, y sin embargo me siento halagada. Me gusta mi nombre, aún cuando durante mi adolescencia hice hasta lo imposible para cambiarlo. Alguna vez me dijeron que significa "sabiduría", y yo pensé "¡¿Sabiduría?! pero eso no me queda!", y entonces comencé a buscar algo menos pretencioso. No fue hasta precisamente ayer en que alguien por primera vez en mi vida se refirió a mi como una persona sabia, y por eso hoy amanecí pensando en eso, en el nombre, en mi nombre.

Cuando tenía doce años y mi madre me dijo que a los ocho años ella ya sabía cómo me iba a llamar, sentí que había perdido cuatro años de mi vida pensando en babosadas cuando en la vida había cosas más importantes en qué pensar, como el nombre de una personita que un día significaría el mundo para mi. En ese momento lo primero que pensé fue "Gala", como la esposa de Dalí, y pasarían varios años antes de que me diera cuenta de que había tomado esa desición a la ligera y con un pensamiento muy vacío. No estoy bien segura de cómo fue que se me ocurrió, pero un día llegó a mi su nombre, Isabel, y desde entonces me ha parecido muy curiosa la forma en que se puede amar a alguien que no ha siquiera nacido.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Frío de invierno

No estoy bien segura de cuándo fue que me di cuenta de que me gusta el frío. Tiene tanto tiempo, supongo, como el tiempo que tiene de que me empezó a gustar la navidad. Hasta hace no tanto como uno pensaría, para mi las fechas de fiesta eran todas iguales; gente de más en la casa, comida que no me gusta, demasiado ruido para lo que es, primos molestos y maleducados... No me preguntes qué fue exactamente eso que cambió, que me cambió.

Ya comienza a hacer frío, frío de invierno. Los días se van volviendo grises y a mi me da por vestirme de rojo. Pronto será 16 de septiembre, y veremos a todos los nacionalistas hipócritas paseándose con sus banderitas de México made in china. Yo me siento tranquila a ver cada atardecer rojo con sus nubes de algodón de dulce, su sol que quema pero no calienta, que pinta todo de amarillos y naranjas. En esos momentos, nada puede afectarme, y soy feliz. Nada como un té de pato de maracuyá en la ventana de mi cuarto. Nada como este frío de invierno que anuncia que el año comienza a acabarse, que no falta nada para su mejor parte.