miércoles, 31 de octubre de 2012

Un ave

Qué curioso día eligió para morir, el ave que hace unos días cayó a mi patio con un ala sin plumas. Un treintaiuno de Octubre, cuando según dice cierta gente, se abren las puertas del más allá para dejar volver a los seres queridos. Tal vez, usando esa misma lógica, se encontró llendo contra corriente en una carretera que debería ser  estrictamente de un sólo sentido.

lunes, 29 de octubre de 2012

Volar con un ala rota

Solía creer que era posible, simplemente un día abrir las alas y volar, volar tan lejos como fuera posible, sin obedecer a la razón, ignorando las quejas de la prisa. Volar como si no hubiera mañana, volar con mi soledad porque sabía que nadie me acompañaría. En esos tiempos todo era más fácil, tal vez porque he decidido complicarme la vida, tal vez porque decidí que había en qué creer, por qué luchar, una buena razón para quedarme en casa esperando. Simplemente esperando. Solía empacar mi iPod, un sweter y los pocos pesos que pudiera tener, abrir la puerta e irme caminando a donde sea que el destino quisiera llevarme. Nunca me llevó muy lejos, y tal vez ese fue el problema desde el principio. De vez en cuando logro hacer que se me olvide ese tiempo que corroe mis ganas de salir a buscar aventuras. Hoy no es uno de esos días. Es uno de esos otros, en que me da por intentar romper las cadenas del tiempo, ignorarlo como si no hubiera consecuencias, ignorar esa vocecilla en mi cabeza que me recuerda que soy una persona responsable y ordenada, esa vocecilla que tanto fastidia cuando se me ocurre no hacerle caso, la misma que al volver a casa me recuerda porqué no debía haber salido y me repite "te lo dije", una y otra vez.

Un ave gorda

El otro día cayó en mi patio una tortolita a la que le falta un ala. Tenemos la teoría de que la atrapó un gato y escapó, pero dejando atrás muchas plumas. Se sienta junto a mi en silencio y me observa, no sé si me teme. Le di comida y se la acabó, pensé que por eso había venido. Le dí más y no comió pero tampoco se fue. Me pregunto si podrá volar de nuevo, en todo caso qué haré con él/ella si no. No me atrevo a enjaularla, si me acerco mucho me huye, y anda dejando por la casa regalitos de ave. Es así que sé que sigue aquí cuando no la encuentro en mucho tiempo. Mi hermano dice que también con él se queda quieta si no se le acerca mucho, me preocupa que les pierda el miedo a los humanos y alguno vaya a herirla, ya ves cómo son los humanos. Volteo a verla y noto que ella me observa a mi, todo el tiempo. Si no la hago hacer ejercicio pronto será un ave gorda gorda. Me preocupa que si sus plumas vuelven a crecer, pierda condición para volar de nuevo, y se quede en mi casa, gorda, pero querida. Y me preocupa eso también, que vaya yo a encariñarme con ella y un día resulte que sí pudo volar, llegar un día a casa y darme cuenta de que se fue sin despedirse, simplemente un día notar que ya no está.

jueves, 18 de octubre de 2012

Hay cosas que nunca cambian?

Hace mucho que no escribo poesía. Lo intenté esta tarde y no lo logré. En los tiempos cuando dejé de hacerlo me conforté en saber que nunca fui buena, que aquello era una excusa para embriagarme en las noches cuando nadie tocaría a mi puerta. Y lo intenté no porque crea que escribir poesía me hace mejor que otros, como lo hacía antes. Tampoco por tratar de volver a esos pasados tormentosos que hoy poco a poco han ido quedando bajo polvo. No. Lo hice porque por un momento tuve la misma sensación de tener ganas de escribir algo fuera de lo ordinario, como si yo misma fuera algo fuera de lo ordinario. Como si por un momento aquella vieja amiga, musa de mi adolescencia, volviera para recordarme que hay cosas que nunca cambian. Y me estaba preguntando si es que es verdad que hay cosas que nunca cambian. Recordar mi pasado comienza a ser como mirar hacia atrás por un espejo, como si de pronto todo aquello se volviera aún más inalcanzable, aún más inconcebible, inimaginable. Como si no fuera más esa adolescente que cambió sus tenis rojos por unos morados para arrepentirse después. Como esta obsesión mía de ocultar mi edad cueste lo que cueste porque siempre, desde que tengo memoria, he odiado que se me trate como a una niña, y la contradicción de negarme a crecer o sentirme como se supone que se debe sentir un adulto, y dejar a la gente pensar que soy tan joven como aparento. Tal vez es verdad que hay cosas que nunca cambian, pero tal vez lo importante es que hay cosas que sí, que sí cambian.

viernes, 12 de octubre de 2012

Yo creo que sí

"Tengo un amigo que es como tú y como yo. No sé cómo acabó trabajando en una oficina... me pregunto si se dará asco en las mañanas..."

lunes, 1 de octubre de 2012

...

Ponerme a recordar me hace sentir vieja. No creo querer saber lo que es recordar y al mismo tiempo ser realmente vieja. Nadie fuma ya en casa, o nadie deja aquí sus cigarros. Recuerdo cuando podía fumarme sin problemas en un día una cajetilla, y que tenía escondidos cigarros en lugares de mi cuarto que a veces ni me acordaba. Era una niña en cuerpo de adulto, pensando que no era una niña del todo. No faltaba en esa época quién me invitara un café cuando me sentía sola, abrir el msn y ponerme en línea significaba atender seis ventanas de conversación al mismo tiempo. Tal vez era más bonita, tal vez es verdad que me estoy haciendo vieja. Cuando uno crece, crecen también sus ojos, se alejan del piso, y uno ve la vida de formas que antes jamás se le hubieran ocurrido.



Entré a msn otra vez buscando otro rostro que murió hace tiempo,
sólo para darme cuenta de que ya nadie usa msn.

Maquillaje

Me sobró tiempo en la mañana y no supe con qué llenarlo, me dio pena mi estuche de maquillaje ahí arrumbado por tanto tiempo y decidí abrirlo. Anduve el resto del día sintiéndome como payaso, con una máscara entre mi rostro y el mundo, con una máscara que sonreía cuando yo quise llorar. Me da por fumar de nuevo en estos días fríos de pocos amigos, la escuela me hace daño, yo lo sé. Me es más fácil sonreir cuando estoy de vacaciones. Últimamente se me ocurre que tal vez no debería quejarme de "lo sola que estoy", después de tantos años, viene a resultar que la verdad es que me gusta estar sola (lo que no significa que no me guste la compañía). Yo no sé lo que es ser normal, nunca quise serlo, nunca lo intenté. Mi profesor de no-sé-cómo-se-llama-esa-materia dice que lo normal en los grupos es que se ataque al que es diferente. Recordé que lo dijo un día antes de que me corrieran del equipo en que estaba trabajando, nada más por que sí, porque les caí mal, yo no sé qué les hice. Tal vez no les hice nada, tal vez dije algo que no querían escuchar, tal vez fui grosera sin quererlo, tal vez olvidé algo, tal vez... yo qué sé. Lo normal en mi vida es que no me lleve bien con las mujeres. Lo curioso de ese día es que un humano que antes me había llamado la atención comenzó a seguirme como perrito pensando que me sentiría sola, que me sentiría rechazada. Y tenía razón, pero también estaba equivocado. Desde entonces me sigue cada vez que salgo del salón, y comienza a volverme loca. Pasó también por esos días que me encontré con alguien con quien no esperaba encontrarme. Lo conocí en el CETI's, en esa escuela me mandaron a terapia, y la psicóloga me preguntó si me juntaba con él porque éramos amigos o porque "acompañábamos nuestras soledades". En esa época estaba convencida de que no me gustaba estar sola. Me maquillaba sólo de negro, pero nunca para ir a la escuela, y solía pensar que lo normal debía ser vivir con una máscara, intentando ser normal, intentando no ser yo, porque yo soy rara. Se llama Sergio esa sombra de mi pasado que va a mi salón de vez en cuando a saludarme. Yo no sé si hoy acompañamos nuestras soledades, sé que me gusta estar sola pero que con él, me siento un poquito más acompañada.