jueves, 25 de noviembre de 2010

La gran ciudad




De todos los temas que podría imaginar, de todas las cosas de las que me apetece escribir, de todas aquellas que me gustaría llevar en mi memoria, plasmar en mi blog, estoy segura de que la ciudad en la que nací, no sería de las primeras en las que pensaría. Sé que no la dejaría, al menos no todavía, aún no me ha dado buenas razones para abandonarla. Y es que escucho las quejas de todo el mundo, veo los periódicos amarillistas cuando me toca viajar en metro (cosa por demás desagradable), veo el miedo que tiene la gente, el miedo que le da a mi madre dejarme salir a pasear sola en la ciudad... En las calles sólo se respira miedo. Y eso me hace preguntarme, ¿será que en realidad es tan malo? No lo sé. He llegado a pensar que en realidad no es que el mundo sea tan malo, sino que la humanidad se esfuerza demasiado en ver sólo lo malo, sólo lo que "hay que luchar en contra dé", tanto que pierden la capacidad de ver lo bueno, de ver más allá. Digo que tal vez no hay más muertes de lo normal, es sólo que la sangre vende más que el amor, y por lo tanto, se publica más. Me gustaría tener la certeza de estar en lo correcto, me encantaría saber que esa es la razón del miedo en nuestras calles. Y sin embargo todos los días que salgo a la calle, escucho lo mismo: "Cuídense, las cosas están mal, van de mal en peor, todo va siempre mal, todo mal".

Tal vez es porque yo nunca he salido herida, porque yo jamás he visto algo malo y la gente que me encuentro en la calle siempre me sonríe de regreso cuando yo sonrío. Me gustaría poder sonreir más a menudo, es una lástima que en esta ciudad lo normal es tener cara de enojado. Y tener prisa, ganas de llegar a no sé qué lugar a tiempo, ganas de ganarle al de al lado sin pensar que tal vez el de al lado no necesita un empujón sino un "jalón", hacia arriba, no a un lado, no al piso. Y supongo que no hay mucho que pueda hacer yo sola. A todos, en la escuela, en nuestras casas, incluyéndome a mi, nos educaron con el clásico "todo es cosa de pisotear o ser pisoteado". Y es así como funciona mi ciudad, esta ciudad. O... tal vez es por eso que no funciona... No funciona, lo sé. O funciona a la conveniencia de unos pocos. Demasiado pocos y demasiado poderosos. Creo recordar que fue Salvador Dalí quien dijo que no le gustaba la Ciudad de México porque era más surrealista que él mismo... y a mi parecer no estaba equivocado, aunque no estoy segura de poder definir una "ciudad surrealista".

Y sin embargo tiene sus cosas bellas. Están las tardes como esta que pasé en Coyoacán comiendo pizza con mi novio. Y los días en que salía a andar en bicicleta a la calle cuando era niña. Y está el parque de los venados, con la huella indeleble de cuando cabía en las pequeñas motonetas que rentan(rentaban) ahí. Y también el bosque de tlalpan donde llegué a ir sólamente a estar un rato con la naturaleza. También recuerdo el lugar de comida china, Chon Pak, creo que se llama (y todavía está ahí, después de más de 20 años). Y está el recuerdo de la barda que separaba mi casa de un terreno baldío al lado de mi casa, cuando yo media todavía menos de un metro.  Y mis primeros atardeceres sentada en otra barda, de otra casa, de otro mundo. Y las ferias y los parques y los centros comerciales y los helados, y las calles. Y las calles de Coyoacán, las únicas calles. Todo mi pasado, toda mi vida, la gente que conozco y la que me falta por conocer, todo está aquí, al sur de la ciudad de México. Y entonces viene alguien desconocido e inmaterial que me pregunta si me gustaría irme. La respuesta es no. La respuesta es la misma de siempre.

lunes, 22 de noviembre de 2010

La magia de lo cotidiano

http://blogs.20minutos.es/nilibreniocupado/2010/11/23/pasion-por-lo-cotidiano/

Pero, después de todo, ¿Qué sería la vida sin lo cotidiano? Tengo muy claro que en el pasado creía firmemente que cotidiano era sinónimo de rutinario. Ya sabes, levantarme todos los días, bañarme si estaba de humor, cambiarme si no, buscar comida en el refrigerador, no desayunar de todas formas, comprar algo en la cafetería de la escuela, o quedarme en mi cuarto y prender la computadora, y olvidarme de comer por el resto del día, hasta la cena... quedarme en la computadora si no tenía algo mejor qué hacer. Llamémosle patético, por ponerle un nombre. Solía creer que toda mi existencia era patética. También pensaba que cocinar era cotidiano, y por eso no lo hacía. Y también lo sería arreglar mi cuarto o en todo caso mantenerlo ordenado, y hacer las cosas que debía hacer, todas aquellas cosas cotidianas de las que me escapaba por no caer en la rutina. Me hace sentir un poco... no sé, poco inteligente, el no haberme dado cuenta antes de que era esa la rutina que estaba acabando conmigo, que pudo haber acabado conmigo. Se burlan a veces de mi cuando digo en voz alta que llegué a tomarle cariño a la cocina, y francamente no me molesta. Al menos no tanto como me hubiera molestado si hace un par de años alguien me hubiera dicho "algún día crecerás y tendrás que aprender a cocinar". De hecho alguien lo hizo, no recuerdo quién. Y también me dijeron que un día ya no podría pintarme el cabello de rosa ni las uñas de negro, y esa era mi rutina. No tiene mucho que llegué a la conclusión de que cotidiano no es sinónimo de rutina, porque si uno viajara todos los días a otros planetas, entonces eso sería lo cotidiano... pero claro que no sería rutinario.
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Y, por cierto, mi cabello aún es rosa...

domingo, 21 de noviembre de 2010

Jatzimi


Entre el mundo y yo, está el lente de una cámara. Una Canon G11, para ser más precisos, y se llama Jatzimi. Tal vez he hablado de mis tesoros antes, de las imágenes que guardo en una carpeta en mi computadora o de los objetos pequeños en un baúl de madera. Pero, de los que nunca he dicho una palabra, es de aquellos que están a la vista de todos, los objetos cotidianos que me definen, que definen lo que soy o en todo caso lo que fui. Y comenzaré por mi Jatzimi, porque ella es de las pocas cosas que definen mi futuro, más que mi pasado.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Aquí

Es una cosa curiosa, esto de escribir. Recuerdo vagamente las primeras cosas que escribí, recuerdo poco de las palabras, pero mucho del momento. Era mala, y mala de veras, a pesar de que no escribía por accidente. Sabía lo que hacía, pero no sabía por qué lo hacía. Primero fueron hojas sueltas, hojas arrancadas de cuadernos, de la secundaria. Luego compré un cuaderno, scribe, tamaño francés, cuadro chico, de esos que tenían (o tienen) la portada de plástico, azul. Tenía mala letra, mala sintaxis, pero nunca mala hortografía. Y tenía muchas ganas de conocer el mundo, pero demasiado miedo. Miedo de ese que consumía, desde adentro, como fuego. Fuego negro, o más bien vacío, vacío absoluto. Curioso que fue precisamente ese vacío el que me hizo comenzar a crear. Crear para llenar un vacío, hambriento, desesperado y desalmado, que jamás se cansó de comerme desde adentro. A veces me sorprendo, me sorprende mi memoria. La verdad es que no estoy muy segura de por qué tengo ese apego a recordar, aún sabiendo en el fondo que mi memoria no me traicionaría, que hasta la fecha no lo ha hecho. Ya no le llamaré miedo, porque no me gusta la palabra. Aún recuerdo con claridad el día en que compré ese cuaderno. No sé cuándo fue, ni quiero saberlo, pero recuerdo dónde, cómo y para qué. En esa época pensaba que sería genial saber música, estudiar guitarra. Creo que lo dije antes en otro blog, mi sueño basado en no tener sueños. Quería comprar una camioneta, tomar mi guitarra y largarme, olvidarme del mundo. Y ese cuaderno debió haber sido mi primer cuaderno de música. No lo fue, por obvias razones.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, he cambiado en formas que muchos de los que conocí antes del primero de agosto, ni siquiera podrían imaginarse. He cambiado porque yo así lo quise, y te diré que no fue fácil, no tenía por qué serlo. Las calles ya comienzan a pintarse de navidad, en los supermercados ya ponen villancicos y adornos para árbol de navidad. Comienza a oler a pino y la gente comienza a comprar regalos. Este año se acaba y yo no sé cómo es que pasó, cómo es que el tiempo pasa tan de prisa. Yo no me di cuenta, o tal vez no quise darme cuenta. El tiempo se me escapa entre los dedos, y cada día me siento más lejos de donde nací. Es como si las fotografías en mi mente poco a poco fueran desvaneciéndose, dejando paso a nuevas tal vez, pero aún desvaneciéndose. El tiempo pasa, me arrasa, me deshoja como árbol en otoño, y a mi no me queda más que dejar que me desnude. Ya vendrán otros otoños, otras navidades. Y yo seguiré aquí, frente a mi computadora.

Para todos aquellos que no lo saben, si un día me marcho, aquí seguiré irinkah@hotmail.com

martes, 16 de noviembre de 2010

Pienso, luego existes.



A veces me alegra un poco pensar que hay alguien más que piensa como yo en este planeta. Otras, me hace sentir poco original. Cual sea la ocasión, siempre es un tanto fascinante verse reflejado en algo que alguien, a no sé cuántos kilómetros de distancia, que nació no sé cuándo a no sé cuánto de distancia del lugar donde yo nací, y del otro lado del mundo, sepa retratar de una manera tan espectacular y en diez minutos de filmación, algo que yo no he sido capaz de captar en palabras y llevo tanto tiempo tratando. Es frustante también la idea de saber que nunca, ni en mis más descabelladas fantasías, conoceré o sabré palabra de alguien como yo. Ni él, ni nadie más. Y esa es la parte mala de ser única.

lunes, 15 de noviembre de 2010

La Chute, Yann Tiersen



Sé que debería estar dormida! Pero por una vez escucharé mis consejos y no me dormiré sin sueño.

why?

Romper las reglas no sirve de nada cuando se tiene memoria fotográfica. ¿Por qué nos es más fácil recordar las cosas que sabemos que debemos olvidar?

Desempolvando escritos

Nunca supe porqué tengo esa manía de releer todo lo que he escrito estos últimos años, nunca me lo pregunté. Supogno que supuse que es lo normal; Si escribes algo es porque sabes que querrás volver a leerlo algún día. Supongo también que "algún día" no es nunca una fecha fácil de determinar. Hay quien dice que es una forma sutil de decir "nunca", que lo dice quien quiere posponer algo tiempo suficiente para que sea olvidado. En el caso de muchas de mis entradas de blog ese "algún día" es en realidad cada vez que me apetezca recordar. Dicen (digo) que no es buena idea atarse al pasado, y generalmente trato de evitarlo. Pero con los escritos, como con las canciones, me pasa algo curioso: Me es imposible dejar de recordar. Supongo que de cierta forma soy adicta a recordar, y nunca dije ni diré que recordar sea malo. Lo que no sé, es si recordar de la forma en que yo lo hago sea lo mismo o parecido a reandar caminos ya andados, y no sólo el miedo o las pocas ganas de olvidar. Le dije alguna vez a alguien, alguien cuyo nombre no quiero recordar, que no debía andar caminos que ya ha andado, y he dicho también que nunca me dio por escuchar o entender los consejos que yo he dado. Pero, si no es por no olvidar, ¿Para qué escribo?, ¿Debería seguir escribiendo? No lo sé. No sé tampoco si releer sea lo mismo que andar dos veces el camino. Pensé que sería solamente repasar para no repetir, estudiar mi pasado para mejorar mi futuro.

Será que recordar es volver a vivir? o es sólo la idea cursi que nos vende la televisión?