jueves, 3 de octubre de 2013

Bye bye september

Al fin se acabó septiembre. Algo que debes saber de mi si quieres creer que me conoces, es que amo las contradicciones. Amo odiar las cosas que amo y amar las cosas que odio, siempre he sido así, no podría explicarte por qué lo hago. Me imagino que es alguna manera de dejar que las cosas me llenen por completo, sentirlo todo de una vez, odiar sin resentimiento, amar sin ataduras. Así, como amo las lluvias de septiembre y sus primeros atardeceres de otoño, pero odio también ese no se qué que me saca completamente de balance, que me trae más crisis y ansiedad que ningún otro mes del año. Septiembre es mi mes favorito, lo ha sido desde hace mucho, honestamente aún no he acabado de comprender por qué. Tal vez es sólo porque soy mujer y las mujeres somos complicadas, y nos gustan las contradicciones y tendemos a hacerle caso al wey que más nos hace daño, decidir que siempre el principe que pensamos azul no era del tono que queríamos, vestirnos con cosas que nos hacen sentir incómodas sólo porque sabemos que a alguien le gustará, de pronto dejar la carrera por un sueño de adolescente que nunca se sabe si terminará bien. Septiembre se acaba, por fin, este septiembre duró más de lo que debió  haber durado, y a pesar de que el calendario ya dice que estamos en otoño, hoy hizo mucho, demasiado calor. (Pondré mi canción para dormir y dejaré de escribir en el momento que acabe. Después, obviamente, dormiré).

Hay un chico de mi ex-clase de arquitectura que llama mucho mi atención. Tal vez vi en él algo de mi, algo más que ese afán mío de identificarme con alguien para opacar la soledad, para no sentirme única en este planeta. Se llama Alan, y se me ocurrió que tal vez escribir sobre él me daría algo de suerte, siendo que los dos niños sobre los que escribí antes aquí hoy se hacen llamar mis amigos (y una es una chica, sí, aunque parezca imposible). Hay cosas que nunca cambian, como el hecho de que soy como las tortugas que esconden su corazón blando dentro de un caparazón duro y frío. A veces me pregunto qué tanto sabe la gente cercana a mi sobre el miedo que me da dejar que alguien pase ese caparazón, cuánto me aterra en realidad salir herida, salir de mi caparazón. Me pregunto también si entenderían, si existiera la manera de hacerles sentir cómo me siento, tal vez no pensarían que soy grosera o fría y me darían una segunda oportunidad, me dejarían conocerlos por segunda vez. Tal vez fue esa misma coraza la que vi en él, en Alan, una timidez que no alcanzaba a serlo del todo, *pone la canción por segunda vez* un algo, a demás del gusto por las vacas, que me hizo pensar que sería posible tener con él una plática verdadera, una de esas que rara vez se encuentra en un ser humano. Por otro lado me gustaría pensar que me equivoco, que invento cosas, que eso no pasará. Y sin embargo cuando lo saludé esta noche, a pesar de estar ocupado como sólo un estudiante de arquitectura puede estarlo, me contestó un hola con una sonrisa. Una sonrisa de facebook, pero una sonrisa al fin y al cabo. Otro día volveré a intentarlo, tal vez. Tal vez me tome una copa antes (o dos) y se me olvide por un momento que esta loca antisocial (asocial, pues) no sabe cómo hacer amigos.

*se acaba la canción, se duerme.*

1 comentario:

Anónimo dijo...

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