domingo, 8 de febrero de 2015

La tortuga que aprendió a volar

Hay días en que no sé si soy pez o colibrí o quiero volver a ser tortuga. Qué maldita vida la mía, hoy más que nunca creo que me hubiera gustado nacer en una familia normal, pensar como la gente normal y ser como la gente normal. ¿Qué sería de mi si desde niña me hubieran informado que las niñas no se suben a los árboles?, y deben saber maquillarse, caminar con tacones, pintarse las uñas, peinarse y ser bonitas para los niños. Será por eso que hasta la fecha no tengo muchos amigos, menos amigas.

Yo crecí en las copas de los árboles, compitiendo con mi hermano por la futa más dulce. Como su igual pero al mismo tiempo bajo su sombra. A veces siento pena por él, que siempre fue el mejor, el más brillante, el consentido, y ahora de pronto ya nadie ve que sea tan genial. Ni siquiera él, mucho menos yo. Creo que lo entiendo, hasta cierto punto, supongo. Siempre fuimos muy parecidos, a la vez opuestos. Y me enferma verlo perdiendo su tiempo entre la basura de su cuarto, rendido, hundido, cómodo en su papel de víctima. Me enferma pensar que yo pude haber sido él, supongo que lo que odio de él, es ver mi propio reflejo, rendida, tirada en el piso de mi cuarto intentando hacer que mis músculos reaccionen, arrastrándome hacia la cama y soñando con que alguien pueda venir a rescatarme. Sintiéndome sola en el mundo, sintiéndome vencida por la vida, derrotada y lista para cortarme las venas. Y me odié, odié mi debilidad y mi falta de fé, me odié porque sabía que yo era mejor que eso. Y, por alguna extraña razón, hoy odio que en esta ocasión el no sea mejor que yo. Soy la menor, se supone, él debería cuidarme a mi y no al revés.

Los grandes maestros viven las peores vidas dicen, en el viaje del héroe, más de una vez se ve vencido y sin embargo se levanta, sigue luchando, a pesar de las heridas. Yo estoy cansada de eso, cansada del mundo, cansada de morir de pie. De ser yo y al mismo tiempo no tener ni puta idea de quién se esconde debajo de esta máscara de fortaleza. Tal vez soy débil, como mi hermano, tal vez nunca dejé de ser la torguga que se esconde en su caparazón porque es débil, débil y cobarde.

Y sin embargo tuve aletas. Aprendí a nadar y amé la lluvia. Amé el mar y su silencio, las jacarandas. Amé como no saben amar los cobardes, como sólo los adolescentes ignorantes. Y qué miedo me da eso ahora, confiar como quien ama. O como quien cree que ama de a de veras y luego le rompen el corazón. Como quien no sabe lo que es amor ni la confianza y se deja encerrar, soñando con ser libre. En mis te amos también exhalo miedo, miedo de amarte y que luego resulte que eres como todos y algo no me estás diciendo, me traicionarás. Y sin embargo con la certeza de que no, de que tú eres diferente, demasiado bueno para ser verdad, demasiado increible para creerte. Y miedo de que mi miedo me lleve a perderte, y miedo de al final perderte, porque eras demasiado perfecto. Y tu miedo me da miedo también, y creo que aquí hay demasiado miedo para ser amor.

Pero te amo, y te amo como no sabía que era posible. Te amo como adolescente pero con miedo, miedo de amar como nunca antes había amado. Miedo de amarte tanto que podría llegar al punto en el que muera si un día me haces falta. Y te amo, amo tu tibieza, tu mirada, tus abrazos. Amo tu sinceridad y la confianza que me da sentirme querida, respetada, contigo, te amo. Y te amé desde el primer día, te amo. Y te amo tanto que me das miedo. El amor nos hace vulnerables, y eso nos da miedo. El amor da miedo, pero el amor no es miedo. Es raro amarte, tanto como te amo.

Y volar también da miedo, porque de niña me dijeron que la gente que vuela, vuela sola. Y que la soledad es mala, pero buena compañera. Que la soledad es triste, pero segura. Pero qué podría haber más inseguro que volar. La gente que vuela, puede caerse. Y sin embargo me enseñaron sus fotos de vuelo y me enseñaron a volar vuelos cortos y me enseñaron a sentir el viento y amar las nubes, nubes de algodón de dulce. Y me enseñaron volar, pero siempre por debajo de los cables. Me enseñaron a volar, pero me tiraron del nido demasiado pronto, con demasiada violencia. Crecí entre las copas de los árboles, como colibrí. Y ellos no tienen miedo, confían en que sus pequeñas alas son fuertes y vuelan lejos, lejos. Los colibríes disléxicos no nacieron para las oficinas. Yo no sé en qué estaba pensando.

Si me crecen alas, volarías conmigo?

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